miércoles, 23 de noviembre de 2011

El cumpleaños de Slovana (Cuento antinavideño)

Con motivo de la ¿celebración? de la Nochebuena y la Navidad, el centro teatral La Capilla, organiza cada año un concurso de cuentos antinavideños, con la finalidad de desmitificar y desacralizar algunos excesos acerca de fecha tan especial, sobre todo en tiempos de un violento consumismo. La presente obra que presentamos no fue una de las seleccionadas este año, pero participó en dicho evento. Como pensamos que lo imporatnte en este tipo de concursos no es quien gane, sino los trabajos que puedan presentarse, publicamos aquí una de las obras que se escribieron para tal evento, "El Cumpleaños de Slovana", del poeta, narrador y dramaturgo mexicano, Ulises Paniagua. Ojalá la ironía de esta pequeña obra alcance para arrancarle una o dos sonrisas, o bien, alguna franca carcajada:



El cumpleaños de Slovana
(Cuento antinavideño)

Comedia en un acto

Idea  original  y  Dramaturgia:
Ulises  Paniagua
 
Derechos reservados al autor.


“¡Feliz, feliz Navidad, la que hace que nos acordemos de las ilusiones de nuestra infancia, le recuerde al abuelo las alegrías de su juventud, y le transporte al viajero a su chimenea y a su dulce hogar!”

Charles Dickens


Personajes:

Slovana (Mujer cercana a los treinta años, hija de padres provenientes de Europa Oriental, que llegaron a vivir a México tras una persecución política)
Acto Único

(Es nochebuena. Un basurero sobre una calle cualquiera, adaptado lo mejor posible para simular la sala de una casa)

Slovana: (vistiendo únicamente un elegante abrigo navideño, se dirige al público) 
Es así como lo cuento: llega un tipo cualquiera; velludo, tosco, ignorante. Sí, debió ser un tipo, porque en aquéllos años a las mujeres ni siquiera nos tomaban en cuenta; nos consideraban inferiores a los animales. Cada vez que tratábamos de abrir la boca, querían cerrárnosla a bofetadas, o con terapias sicóticas, a base de padres nuestros y aves marías. Aunque, analizándolo con atención, no hay tanta diferencia al día de hoy como pudiera suponerse; quiero decir, la libertad de muchas mujeres de hoy en día sigue siendo un mito, ¿o me equivoco?…Pero ese no es el punto. No vine aquí para insultar, ni para culpar o denunciar cuan cerdos, machistas y necios puede resultar los integrantes de esa salvaje manada de alopécicos ordinarios, que son los hombres.
Vine para contar mi historia: llega un bruto cualquiera, y les dice a los demás: Hoy, a tanto de tantos, se institucionalizará el día de Acción de Gracias. A partir de hoy, cada año celebraremos el día de Acción de Gracias en esta fecha. Y todos, vestidos de pavos gordos, aplauden. Luego, llega un presidente megalómano (ya ven que casi no se les da eso de la vanidad a los políticos). Pospone el día de festejar la Independencia de su país hasta el día siguiente, ¡sólo para poder festejar el día de su santo en la fecha de la fiesta nacional! Todo su gabinete, conformado por ratoncillos glotones, y por tipos estirados que semejan tripas amarillentas, aplauden. A partir de entonces, celebramos la Independencia de nuestro país un día después de la fecha exacta, para atender la voluntad de un dictador...De esta forma se organizó nuestro calendario moderno: a través de simples caprichos personales, religiosos y políticos.
Pues bien. Se preguntarán a qué quiero llegar. Dirán: esta mujer no es sino una de esas histéricas, revoltosas, mal folladas, que se pasan la vida insultando a los gusanos asquerosos de los hombres. Pues no. No soy ese tipo de mujer; aunque eso no hace a los hombres menos gusanos. Se trata de un acto de justicia. ¡Sí, señores, demando un poco de atención y justicia¡ ¡Porque, para mi mala fortuna, como acontece en los otros casos, un día como cualquier otro llega un tarado, y se le ocurre decir, asegurar, ¡afirmar!...que un día 24 de diciembre nació el niño Dios, Jesucristo, o Chuchito pa´ los cuates. Y desde entonces, cada año se celebra la Nochebuena, y posteriormente su cursilera…dije cursilera…Navidad. Y yo, una pobre víctima de ese bárbaro sistema, no me he podido desprender del estigma desde entonces.
Ese maldito (seguro fue  alguno de esos fanáticos), al escoger esa fecha, no tenía idea de todas las penalidades que me haría pasar en mi vida. Ese…pedazo insano de Santa Claus…no sabe el grado de neurosis que ha llegado a anidar dentro de mi cabeza, el odio profundo que se incuba en mi corazón desde entonces. Imagínense: la niña Slovana…ah pero claro; lamento no haberme presentado desde un inicio; que desatenta he sido: Slovana es mi nombre, así me pusieron mis padres que venían huyendo del dictador de un país ubicado en la Europa Oriental. Cuando llegamos a México, escapábamos de la miseria, de la desigualdad económica, de la violencia y los abusos de poder. Era un pueblo horrible…gracias a nuestra buena fortuna que vinimos a parar a este país, donde no se presenta ninguno de estos vicios …aquí todo es progreso y justicia…Señora…¡no veo motivo para reírse! ¿Acaso desconfía de la capacidad intelectual de sus políticos?
En fin, que no vine a hablar de la Historia; sino de mi  pequeña tragedia personal: La niña Slovana cumple tres años. Apenas tiene edad suficiente para comprender lo que recién le ha dicho la abuela; que los cumpleaños son días muy particulares donde nuestros papás nos compran pasteles jugosos, y nuestros amigos vienen a jugar con nosotros a una fiesta bonita, para traernos regalos; una reunión donde primos y amigos entonan una hermosa melodía para celebrar que tenemos un año más de vida. La niña Slovana se pone feliz: sabe que su cumpleaños se festeja esta semana, para ser exactos, la noche del 24 de diciembre. A los tres años, por supuesto, no tiene un recuerdo inmediato de la Nocheabuena del año anterior. Slovana prepara su mejor ropita para ese día; solicita que le hagan trencitas, usando unos moños amarillos; hasta le pide a su mamá que le compre una vestidito rosa, para celebrar. Pero, ¿qué sucede? Llega la Nochebuena; en lugar de un pastel jugoso, lleno de velitas, papá llega a casa con un rechoncho cerdito horneado; un animalito recostado sobre una cama de lechugas y aceitunas, humillado con una manzana rojísima entre su boca muerta. Pobre cerdito, ¿qué crimen podía haber cometido el cachorro para que se le tratara de esta forma? Entonces pensé: ¿qué clase de pastel es éste? ¿Soy integrante de una familia  caníbal, o qué?... Enseguida entra el tío Trotskov, disfrazado de San Nicolás. Viene excesivamente ebrio, y enseña una panza asquerosa en medio de su disfraz (la panza era lo único que lo asemejaba a Santa Claus). Entra dando trompicones y se va de bruces sobre las cenizas de la bisabuela Natasha, desperdigándolas por todo el lugar. Luego se pone a recoger ceniza por ceniza, para guardarla en la cajita; una vez que junta todas las cenizas, extiende la cajita y me la acerca. ¡Feliz navidad, pequeña Slovana! ¡Te traje este presente!, me dice el muy cabrón. Y me rocía las cenizas de la bisabuela sobre la cabeza. ¡Está nevando!!Nieve de los cárpatos!...!Merry Christmas gringas, sin Perestroika ni muro de Berlín!...me dice el desgraciado panzón. Y luego, un par de primos se le acercan y se ponen a bailar el kasashov, ¿cómo dicen ustedes?, ah sí, desmadrando las matrushkas de la abuela con sus pataleos.
Para qué quejarme, dirán ustedes: era una fiesta completa; hubo un pastel… de carne, un obsequio sobre mi cabeza,  y cantos celebratorios. Claro que después tíos y primos acabaron en una guerra a botellazos de vodka, y a los niños nos mandaron a dormir de inmediato. Como supondrán, estuve inmensamente triste durante esa noche, no porque hayan echado a perder la Nochebuena, sino porque con tanto ajetreo ninguno de esos zánganos se acordó de felicitarme por mi cumpleaños. Hasta a la abuela le pasó desapercibido, por salir a buscar a la más joven de mis tías, que se fugó esa misma noche con un estudiante de ciencias políticas de una comuna cercana. Ahora que soy grande, entiendo su preocupación: su destino al lado de un politólogo estaría no sólo predestinado a la miseria, sino a soportar día a día sus interminables peroratas de lo mal que estaba el mundo, y las mejores soluciones para enmendar el juego siniestro entre un neoliberalismo sociópata, y un socialismo tan caduco como los restos de Stanlin. Pero entonces yo era muy pequeña y no entendía nada. Sólo podía sentir un dolor inmenso en mi pequeña alma; un vacío interminable porque nadie se había acercado para darme un abrazo de cumpleaños…
Me dije a mi misma que los siguientes cumpleaños no podían ser peores…pero lo fueron. A partir de ese recuerdo cada año las Nochebuenas con mi familia eran más insoportables; las borracheras enormes y los desmadres…excesivos. Y ninguno de esos malditos años, mi familia recordó mi cumpleaños, ni siquiera por accidente. Así cumplí cuatro, ocho, diecisiete, veintiséis…ochenta y tres….bueno, tal vez estoy exagerando… murieron el abuelo y el tío Lenin. Mis padres se divorciaron. La prima Kumikova, quien había sido una famosa tenista hace veinticinco años, ahora estaba gorda como una piñata mexicana, y no precisamente rellena de colación. Corrieron los días hasta llegar al día de ayer. Nadie se acordó jamás. Dirán que jamás es una palabra demasiado absoluta para utilizarse. Pues bien: les reafirmo, que nunca nadie jamás ninguno alguno uno solo una sola en absoluto jamás de los jamases, recordaron mi cumpleaños. ¡Desgraciados! Y mi interior se fue desbordando; primero en un mar de llanto y tristeza; luego en una lluvia de reproches y amenazas, y al final en un recalcitrante y amargo odio contra todo lo navideño, sobre todo lo navideño americano: odiaba a Micky Mouse, con sus orejas de fenómeno y su carita tierna, cuando entonaba desafinado sus villancicos insulsos con el retrasado mental de Goofy. No soportaba los árboles navideños; esos pinos de plástico, más falsos que el Antiguo Testamento, a los que intentaban dotar de un gramo de vida con un miserable olor a bosque impregnado de químicos. ¿Santa Claus? Ni pensarlo. Cada vez que lo veía me parecía estar viendo a Rasputín encubierto bajo los principios capitalistas de la temporada. Además, yo siempre le he visto a Santa Claus cara de pederasta. Yo no sé cómo pueden permitir que los niños se retraten con tan espantoso personaje; yo no le encargaría un hijo, si lo tuviera, ni por cinco minutos. Mi odio hacia lo norteamericano vino en aumento… Me acuerdo que un día estábamos viendo la televisión en Navidad y a alguien se le ocurrió comentar que George Bush tenía raíces judías. No sé de dónde sacaron la idea; creo que fue del tío Trotskov, que era un asno por naturaleza, que seguro oyó un chisme en alguna cantina de la Colonia Guerrero, y lo tomó por una verdad irrebatible. El caso es que estaba toda la familia alegando si Bush era judío, o norteamericano. Entonces Slovana, tan antiyanqui como siempre, se para en medio del cuarto y sentencia: Bush no es judío, ni norteamericano: es culero. Y todos me dieron la razón. Es el único día que mi rencor fue bien recibido por los demás.
Las piñatas en las posadas me traumaron; cada ocasión que rompíamos una y me lanzaba sobre los dulces, resbalaba al pisar alguna mandarina aguada, y me sangraban las manos al caer de lleno sobre las astillas de la olla de barro. Claro que en víspera de Nochebuena lo usé como penitencia, una especie de autoflagelación para ascender mi preocupación a grado de rito. Iba a las posadas y me arrojaba sobre la piñata sólo para sangrarme las manos, y olvidar mediante el dolor físico mi terrible amargura existencial…
Se preguntarán que pasó después. Lo evidente. La niña Slovana se fue llenando de odio, hasta transformarse en el Ángel de la Venganza. Esperé paciente durante muchos años. Aunque durante la espera, hubo momentos en que intente dejar atrás mi rencor, andando de trotamundos. Viaje a la vieja Europa para encontrarme con mis orígenes. Me pareció doblemente fría: en clima y en hospitalidad. Además, las chapas rojas y redondas de mis compatriotas, y sus ojos pequeñitos me producían una risa incontrolable, que no me permitía mantener una conversación duradera con nadie. Les veía cara de playmovil. Me los imaginaba encaramados a las velas del barco pirata, u operando pacientes dentro de un quirófano de juguete. Como antítesis, demostrando mi rebeldía, se me ocurrió viajar a los Estados Unidos para comparar el estilo de vida; tuve que salir corriendo porque me parecía que en cualquier momento un violento xenofóbico medio nazi me podía quemar con leña verde, o que un negro impresionante de más de dos metros, y bien dotado, pudiera abusar de mi; lo peor, por supuesto, era lo del negro, pues corría el riesgo de que me pudiera gustar. Norteamérica, en cambio, no me gustó. La gente era gorda, y no comía…tragaba, ¡devoraba! enormes salchichas y hamburguesas con desesperación, sin masticar, arrojando fuera de sus bocas repugnantes trozos de carne y chorros de mostaza. Digamos que fue una experiencia embutida y espeluznante. Me olvidé de viajar.
Aún con ello, mi vida pudo haber sido otra. Tuve algunos novios formales, y algunos otros express con los que hubo grandes recuerdos; pero todas las relaciones terminaban mal porque en el fondo yo sabía que debía estar preparada para el momento. Andaba con ellos de enero a noviembre, y luego, cuando se acercaba el último mes del año, los mandaba a la…Siberia lejana, desterrados de mi corazón. No me culpen, tenía que cumplir mi meta. Además, todos, en algún momento, me recordaban al tío Trostkov o a mi padre, por brutos e insensibles. Y a los que tenían algunos kilitos de más, les veía la cara  del marranito con todo y manzana en la boca. Era aterrador.
Conciente del punto crítico al que había llegado mi vida por culpa de mis traumas de infancia, decidí que no podía dejar pasar por alto mi ira. La señal sería el año que volvieran a cocinar cerdito. Para su buena o mala fortuna, durante años no se decidieron a cocinar al lechón. Hasta se daban el lujo de inventar platillos los muy cobardes. Yo creo que presentían un atentado casero. Así vi desfilar año con año, pavos rellenos de picadillo, de jamón, de pavo, de jamón de pavo, de picadillo de jamón de pavo…carne sobre carne, una cosa asquerosa; también vi suculentos budines, gelatinas, pasteles (que obviamente no venían acompañados de velitas para celebrar); y de vez en vez romeritos con mole; bacalao, caviar, y otros tantos platillos que no hacían más que acrecentar mi ansiedad. Pero el cerdito no llegaba.
Hasta que ayer, precisamente ayer, mi paciencia se vio recompensada. Lo vi entrar a la  casa, radiante. Sus carnes rosadas y jugosas se estremecían al paso del tío Trostkov, que lo traía en brazos sobre una cama de lechuga y aceitunas. De pronto sentí que el cerdito se elevaba con dos poderosas alas, magnífico, como un serafín que ascendía a los aires, volaba por encima de la cabeza de mis parientes; llegaba a mi, para llenar mi mejilla con suculentos besos amorosos y trompudos, y con voz angelical me susurraba: Dios, en su infinita gracia, te ha concedido el momento. Es hora…Oink, oink.
Toda la rabia contenida se desbordó. De inmediato me dirigí a mi recámara, y saqué del cajón de mi buró, un viejo disfraz de Santa Claus, tan desaliñado, que me dejaba al descubierto la panza. Debajo de la cama, extraje un pastel enorme y jugoso, al que le había colocado cerca de treinta y dos o treinta y tres velitas…hasta yo perdí la cuenta del número exacto del cumpleaños que festejaba. Luego, de entre la funda de la almohada saqué una botella de vodka pirata que guardaba celosamente, y me la bebí en tres tragos. Si una botella de vodka produce efectos espantosos, imagínense lo que puede hacer un vodka pirata.
Salí a la sala de la casa dispuesta a todo. Cuando llegué a donde estaba el tío Trostkov; éste se me quedó mirando con la boca abierta (tal era la imagen y la peste que yo despedía). No pude soportar su cara de estúpido y le apliqué un puñetazo en pleno rostro; que le hizo brotar de la nariz, un borbotón de sangre más rojo que un gorro navideño. Todos se quedaron atónitos. Me miraban como si se hallaran ante la visita de los Reyes Magos. Tomé las figuras del nacimiento y una por una, me las tallé entre las axilas, de manera muy gráfica; otras tantas, me las pasé por partes pudendas que no quiero siquiera mencionar, y se las fui arrojando una a una a los sobrinos que venían de visita desde las lejanas tierras: a éste pequeño le zumbaba en la oreja, a aquél casi le saco el ojo con el San José, al otro casi le provoco un derrame cerebral con el pesebre. ¡Tomen, tomen su navidad, cabrones!, les grité de forma un poco violenta. Luego me vendé los ojos, de manera tramposa, pues había una rendija por la que alcanzaba a ver, y perseguí al abuelo Romanov, que está enfermo de artritis, por todos los rincones de la sala, al grito de ¡Dale, dale, dale…dale al socialismo; rómpele la madre…al capitalismo!...
En honor  a la verdad debo decir que el tío Romanov se portó valiente; ágil esquivo dos o tres golpes que intentaban alcanzarlo; y los palos que sí atiné a propinarle, los recibió sin ninguna queja, sin ninguna mala palabra de su parte, como un valiente cosaco. Bueno, el tío Romanov es mudo, ¡pero eso no hace menos evidente su heroísmo!...Al final, el número estelar. Amenazante, ante el alboroto de los concurrentes, me acerqué al árbol navideño, a ese símbolo plástico de nuestra destrucción ambiental, de nuestro planeticidio…lo rocié con el chorro de vodka pirata que me quedaba….y ¡fiiuuuuu! Estallaron los fuegos artificiales. Ardía el árbol como la ciudad de Belén, el día de la furia de Herodes. Ardía como Godoma y Somorra, o como Sodoma y Gomorra, o como se llamen. Corrí entre los presentes, escapando a sus intentos vanos de atraparme; empuñando un terrible y regordete pastel me encaminé hasta la abuela, sin que nadie tuviera tiempo de reaccionar. La abuela temblaba como un ratoncito, allí, sentada en su silla de ruedas, cubiertas sus piernitas con una colcha ucraniana. Lento, como en una pesadilla para ella, y en un sueño inimaginable y placentero para mí, me acerqué, mientras me cantaba yo misma el Happy Birthday to you, para no desentonar con lo gabacho; luego apagué las velas silenciosamente, y entonces, como en cámara lenta, en esa noche mágica y especial…le zambullí el pastel a la abuela en pleno rostro, retorciéndoselo numerosamente, adentrándole el chantilly entre las fosas nasales ¡Feliz navidad…jo, jo, jo, bola de mugrosos!, dije enloquecida…¡les apuesto lo que quieran a que este cumpleaños de Solvana no lo van a olvidar nunca, hijos de puta!
            (Slovana hace una pausa; saca de el bolsillo de su abrigo un rey mago sin cabeza, y lo contempla ensimismada)
            Así quedó mi familia después del incidente, como un Rey Mago descabezado, como un nacimiento sin sus bueyes y sin burros…bueno, bueyes y burros teníamos bastantes en la familia, pero no navideños. Por supuesto, me echaron de la casa. Formaron un juicio sumario y me desterraron. Para mi fue mucho mejor eso que estar encerrada de por vida en ese campo de concentración; tanto olvido me tenía harta…
¿Qué va a pasar en un futuro próximo? ¿Me recibirá mi familia de vuelta, arrepentida por tanto dolor que me infligió ignorando mis aniversarios, y sobre todo, avergonzada por haberme echado de la casa? ¿Me molerán a palos si vuelvo, e invadirán mi recámara con sus estupideces, como cuando los aliados invadieron Checoslovaquia? ¿Cesará este frío iceberg infinito de la incomunicación familiar?¿Ya le habrán extraído, de las fosas nasales, el chantilly a la abuela?¿Lloraran todos al árbol de Navidad incendiado, como Pepe el Toro le lloro a su “Torito”? Son preguntas que cada minuto vienen a mi cabeza…y que me tienen sin cuidado. Con la cajita que le robé a la abuela, que guardaba bajo las duelas de su recámara, y con el reloj de oro macizo del tío Trostkov, pienso darme la gran vida. Lo que pase en esa casa, me tiene sin cuidado. Como me tienen sin cuidado la Perestroika, el Neoliberalismo, o esa fotografía del actual presidente, que a mí se me hace que sí es judío…
Por lo pronto, ya me compré un pastelito de cumpleaños, medianito, algo humilde, para no pecar de gula en un día tan católico como éste. Ahora (saca unas velitas, las coloca con paciencia y las enciende), procedo a llenar mi vida de luz (entra bajo música de villancicos); y en compañía de ese grupo de niños que canta de manera angelical en la casa vecina, a donde sé que por fortuna nunca seré invitada, me procuro a mi, como debí haberlo hecho desde mi aniversario número tres.
¡Damas y caballeros, con ustedes: el cumpleaños de Slovana! (Slovana canta melodiosa)… ¡Happy birthday to me! ¡Happy birthday to me! ¡Aunque me cague el estilo gringo, Slovanahappy birthday to me! (Slovana sopla y apaga las velas del pastel)


(Oscuro total. Entra música de villancicos versión cumbia)
Fin





Ulises Paniagua Olivares (México D.F. 1976)

Narrador, poeta, videasta y dramaturgo. Se  graduó como arquitecto en el Instituto Politécnico Nacional. Ha publicado, en colectivo, cuatro libros de cuento (Cuentos dispersos, Nuevo cuentario, El silencio se mudó al armario y Cuentos húmedos), todos ellos bajo el sello editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México. También publicó, en 2009, el poemario De amor y otras miserias, bajo el sello editorial Fridaura; y el libro de cuentos Patibulario, en el 2011, con la editorial Mutibilda. Su obra ha sido divulgada en diversas revistas y diarios nacionales e internacionales. En el 2007 recibió una mención honorífica en el Concurso Nacional de Cuento Criaturas de la Noche, del Instituto Coahuilense de Cultura. En el 2008, fue incluido en la antología de Poesía Latinoamericana Giulia Gonzaga,de la revista Lo Spazio (Italia) Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, al alemán y al italiano. Contacto:  sesilu7@yahoo.com.mx

viernes, 18 de noviembre de 2011

El cinco en el Número Cinco, con Gabriela Vega

El cinco no es un número cabalístico, ni una figura que se asocie a la buena o a la mala suerte (cuando menos en la cultura occidental). No es un número que posea una presencia histórica particular, ni el encanto de una figura refinada. Tal disertación sirve de preámbulo para aclarar que hemos llegado al número 5 de nuestra sección, La Isla, donde publicamos obra literaria de autores de prestigio, y de jóvenes autores de gran calidad, a los que no les interesa demasiado este asunto de la numerología asociada con el cinco. En esta ocasión, nos complace presentar la poética y las letras de:

Gabriela Vega (Edo. de México, 1984)

Gabriela es un claro ejemplo de una autora joven con talento, cuyas sensaciones y emociones se muestran francas, nítidas, a flor de piel. Y para este número, siguiendo el patrón de lo humorístico y lo sencilo, que encuentra su dificultad en la propia sencillez, tenemos algunas pequeñas frases que nos regala la autora mexicana, que bien pueden considerarse aforismos:

Algo sobre mí: (todo empezó en un pedazo de papel de estraza)

Cualquier persona es lo quiere ser... pero no cualquier persona se atreve a despertar

Sólo exige aquéllo que estés dispuesto a dar o perder
        ¿Que encuentras cuando entras, qué puede haber, qué puedo dar para que pretendas quedarte o  estar? Pues yo que más soy, si no una sombra con cuerpo, que suele ver hacia dentro, que habla a veces   para decir nada, que plasma sueños con deseos impregnados de esencias ajenas y sólo algunas veces, ama...

   Y como leer sólo un parte de la obra de un autor es marginarlo en cierto sentido, nos gustaría internarnos en la poética de Vega. Una  poesía intrincada, compleja, que se atreve a buscar las fibras más sensibles, más dolidas de sí misma, aprocechando la difícil búsqueda del yo, la comprensión de una ruptura. Ejercicio al que muy pocos poetas se atreven. Los dejamos entonces con algunos poemas de Gabriela, esperando los disfruten tanto como nosostros:


Reminiscencia

(Gabriela Vega)

Del tu y yo.

De los recuerdos postergados
que llegan libres entre  sueños distantes,
en  soledades de sonidos ausentes.

Avivados por el deseo
que baila de madrugada
en los poros de la piel.

Dejando  murmullos de olvido,
que dejan huella.

Reminiscencia, desde otros ojos.

Recuerdo

(Gabriela Vega)


Esto no es como lo recuerdo,

los escombros de las memorias se mezclan con el insomnio…

Los puntos de partida son borrascosos y los puntos de encuentro casi son inexistentes.

La nostalgia de noches de vuelo y muertes constantes,

ya no se tornan ocasionales: ¡ya no las hay!

A veces me pongo a extrañarme un poco más.

No recuerdo que esto fuera así… con tanto NADA que decir.




Las analogías impersonales

(Gabriela Vega)


El pasado aun camina,

aprendió a tocar tu puerta,

a llamarte  por tu nombre,

te regala dos miradas de reconocimiento,

una escudriña lo que ya no tienes,

la segunda trata de descifrar las nuevas manías.

Abre lentamente los labios

y  te pide  que lo invites a entrar

PARA TOMAR TÉ…

En un intento, para no ser desplazado por tu olvido,

 donde desteje telarañas de soledad,

mientras te cuenta de ilusiones,

destinos distantes y sueños que se volvieron moribundos.



Gabriela Vega Rivera
(Naucalpan, Edo. de México, 1984)
Gabriela Vega es narradora y poeta. Durante varios años ha participado en recitales y ciclo de lecturas, llegando a presentarse en diversos centros culturales del Distrito Federal y del Edo. de México. Entre ellos podemos destacar la Casa de Cultura Azcapozalco, el Centro Cultural Mexiquense, así como múltiples escuelas a nivel secundaria y bachillerato. Su obra ha sido publicada en revista electrónicas e impresas del área metropolitana.Contacto: cenit50@hotmail.com