miércoles, 23 de noviembre de 2011

El cumpleaños de Slovana (Cuento antinavideño)

Con motivo de la ¿celebración? de la Nochebuena y la Navidad, el centro teatral La Capilla, organiza cada año un concurso de cuentos antinavideños, con la finalidad de desmitificar y desacralizar algunos excesos acerca de fecha tan especial, sobre todo en tiempos de un violento consumismo. La presente obra que presentamos no fue una de las seleccionadas este año, pero participó en dicho evento. Como pensamos que lo imporatnte en este tipo de concursos no es quien gane, sino los trabajos que puedan presentarse, publicamos aquí una de las obras que se escribieron para tal evento, "El Cumpleaños de Slovana", del poeta, narrador y dramaturgo mexicano, Ulises Paniagua. Ojalá la ironía de esta pequeña obra alcance para arrancarle una o dos sonrisas, o bien, alguna franca carcajada:



El cumpleaños de Slovana
(Cuento antinavideño)

Comedia en un acto

Idea  original  y  Dramaturgia:
Ulises  Paniagua
 
Derechos reservados al autor.


“¡Feliz, feliz Navidad, la que hace que nos acordemos de las ilusiones de nuestra infancia, le recuerde al abuelo las alegrías de su juventud, y le transporte al viajero a su chimenea y a su dulce hogar!”

Charles Dickens


Personajes:

Slovana (Mujer cercana a los treinta años, hija de padres provenientes de Europa Oriental, que llegaron a vivir a México tras una persecución política)
Acto Único

(Es nochebuena. Un basurero sobre una calle cualquiera, adaptado lo mejor posible para simular la sala de una casa)

Slovana: (vistiendo únicamente un elegante abrigo navideño, se dirige al público) 
Es así como lo cuento: llega un tipo cualquiera; velludo, tosco, ignorante. Sí, debió ser un tipo, porque en aquéllos años a las mujeres ni siquiera nos tomaban en cuenta; nos consideraban inferiores a los animales. Cada vez que tratábamos de abrir la boca, querían cerrárnosla a bofetadas, o con terapias sicóticas, a base de padres nuestros y aves marías. Aunque, analizándolo con atención, no hay tanta diferencia al día de hoy como pudiera suponerse; quiero decir, la libertad de muchas mujeres de hoy en día sigue siendo un mito, ¿o me equivoco?…Pero ese no es el punto. No vine aquí para insultar, ni para culpar o denunciar cuan cerdos, machistas y necios puede resultar los integrantes de esa salvaje manada de alopécicos ordinarios, que son los hombres.
Vine para contar mi historia: llega un bruto cualquiera, y les dice a los demás: Hoy, a tanto de tantos, se institucionalizará el día de Acción de Gracias. A partir de hoy, cada año celebraremos el día de Acción de Gracias en esta fecha. Y todos, vestidos de pavos gordos, aplauden. Luego, llega un presidente megalómano (ya ven que casi no se les da eso de la vanidad a los políticos). Pospone el día de festejar la Independencia de su país hasta el día siguiente, ¡sólo para poder festejar el día de su santo en la fecha de la fiesta nacional! Todo su gabinete, conformado por ratoncillos glotones, y por tipos estirados que semejan tripas amarillentas, aplauden. A partir de entonces, celebramos la Independencia de nuestro país un día después de la fecha exacta, para atender la voluntad de un dictador...De esta forma se organizó nuestro calendario moderno: a través de simples caprichos personales, religiosos y políticos.
Pues bien. Se preguntarán a qué quiero llegar. Dirán: esta mujer no es sino una de esas histéricas, revoltosas, mal folladas, que se pasan la vida insultando a los gusanos asquerosos de los hombres. Pues no. No soy ese tipo de mujer; aunque eso no hace a los hombres menos gusanos. Se trata de un acto de justicia. ¡Sí, señores, demando un poco de atención y justicia¡ ¡Porque, para mi mala fortuna, como acontece en los otros casos, un día como cualquier otro llega un tarado, y se le ocurre decir, asegurar, ¡afirmar!...que un día 24 de diciembre nació el niño Dios, Jesucristo, o Chuchito pa´ los cuates. Y desde entonces, cada año se celebra la Nochebuena, y posteriormente su cursilera…dije cursilera…Navidad. Y yo, una pobre víctima de ese bárbaro sistema, no me he podido desprender del estigma desde entonces.
Ese maldito (seguro fue  alguno de esos fanáticos), al escoger esa fecha, no tenía idea de todas las penalidades que me haría pasar en mi vida. Ese…pedazo insano de Santa Claus…no sabe el grado de neurosis que ha llegado a anidar dentro de mi cabeza, el odio profundo que se incuba en mi corazón desde entonces. Imagínense: la niña Slovana…ah pero claro; lamento no haberme presentado desde un inicio; que desatenta he sido: Slovana es mi nombre, así me pusieron mis padres que venían huyendo del dictador de un país ubicado en la Europa Oriental. Cuando llegamos a México, escapábamos de la miseria, de la desigualdad económica, de la violencia y los abusos de poder. Era un pueblo horrible…gracias a nuestra buena fortuna que vinimos a parar a este país, donde no se presenta ninguno de estos vicios …aquí todo es progreso y justicia…Señora…¡no veo motivo para reírse! ¿Acaso desconfía de la capacidad intelectual de sus políticos?
En fin, que no vine a hablar de la Historia; sino de mi  pequeña tragedia personal: La niña Slovana cumple tres años. Apenas tiene edad suficiente para comprender lo que recién le ha dicho la abuela; que los cumpleaños son días muy particulares donde nuestros papás nos compran pasteles jugosos, y nuestros amigos vienen a jugar con nosotros a una fiesta bonita, para traernos regalos; una reunión donde primos y amigos entonan una hermosa melodía para celebrar que tenemos un año más de vida. La niña Slovana se pone feliz: sabe que su cumpleaños se festeja esta semana, para ser exactos, la noche del 24 de diciembre. A los tres años, por supuesto, no tiene un recuerdo inmediato de la Nocheabuena del año anterior. Slovana prepara su mejor ropita para ese día; solicita que le hagan trencitas, usando unos moños amarillos; hasta le pide a su mamá que le compre una vestidito rosa, para celebrar. Pero, ¿qué sucede? Llega la Nochebuena; en lugar de un pastel jugoso, lleno de velitas, papá llega a casa con un rechoncho cerdito horneado; un animalito recostado sobre una cama de lechugas y aceitunas, humillado con una manzana rojísima entre su boca muerta. Pobre cerdito, ¿qué crimen podía haber cometido el cachorro para que se le tratara de esta forma? Entonces pensé: ¿qué clase de pastel es éste? ¿Soy integrante de una familia  caníbal, o qué?... Enseguida entra el tío Trotskov, disfrazado de San Nicolás. Viene excesivamente ebrio, y enseña una panza asquerosa en medio de su disfraz (la panza era lo único que lo asemejaba a Santa Claus). Entra dando trompicones y se va de bruces sobre las cenizas de la bisabuela Natasha, desperdigándolas por todo el lugar. Luego se pone a recoger ceniza por ceniza, para guardarla en la cajita; una vez que junta todas las cenizas, extiende la cajita y me la acerca. ¡Feliz navidad, pequeña Slovana! ¡Te traje este presente!, me dice el muy cabrón. Y me rocía las cenizas de la bisabuela sobre la cabeza. ¡Está nevando!!Nieve de los cárpatos!...!Merry Christmas gringas, sin Perestroika ni muro de Berlín!...me dice el desgraciado panzón. Y luego, un par de primos se le acercan y se ponen a bailar el kasashov, ¿cómo dicen ustedes?, ah sí, desmadrando las matrushkas de la abuela con sus pataleos.
Para qué quejarme, dirán ustedes: era una fiesta completa; hubo un pastel… de carne, un obsequio sobre mi cabeza,  y cantos celebratorios. Claro que después tíos y primos acabaron en una guerra a botellazos de vodka, y a los niños nos mandaron a dormir de inmediato. Como supondrán, estuve inmensamente triste durante esa noche, no porque hayan echado a perder la Nochebuena, sino porque con tanto ajetreo ninguno de esos zánganos se acordó de felicitarme por mi cumpleaños. Hasta a la abuela le pasó desapercibido, por salir a buscar a la más joven de mis tías, que se fugó esa misma noche con un estudiante de ciencias políticas de una comuna cercana. Ahora que soy grande, entiendo su preocupación: su destino al lado de un politólogo estaría no sólo predestinado a la miseria, sino a soportar día a día sus interminables peroratas de lo mal que estaba el mundo, y las mejores soluciones para enmendar el juego siniestro entre un neoliberalismo sociópata, y un socialismo tan caduco como los restos de Stanlin. Pero entonces yo era muy pequeña y no entendía nada. Sólo podía sentir un dolor inmenso en mi pequeña alma; un vacío interminable porque nadie se había acercado para darme un abrazo de cumpleaños…
Me dije a mi misma que los siguientes cumpleaños no podían ser peores…pero lo fueron. A partir de ese recuerdo cada año las Nochebuenas con mi familia eran más insoportables; las borracheras enormes y los desmadres…excesivos. Y ninguno de esos malditos años, mi familia recordó mi cumpleaños, ni siquiera por accidente. Así cumplí cuatro, ocho, diecisiete, veintiséis…ochenta y tres….bueno, tal vez estoy exagerando… murieron el abuelo y el tío Lenin. Mis padres se divorciaron. La prima Kumikova, quien había sido una famosa tenista hace veinticinco años, ahora estaba gorda como una piñata mexicana, y no precisamente rellena de colación. Corrieron los días hasta llegar al día de ayer. Nadie se acordó jamás. Dirán que jamás es una palabra demasiado absoluta para utilizarse. Pues bien: les reafirmo, que nunca nadie jamás ninguno alguno uno solo una sola en absoluto jamás de los jamases, recordaron mi cumpleaños. ¡Desgraciados! Y mi interior se fue desbordando; primero en un mar de llanto y tristeza; luego en una lluvia de reproches y amenazas, y al final en un recalcitrante y amargo odio contra todo lo navideño, sobre todo lo navideño americano: odiaba a Micky Mouse, con sus orejas de fenómeno y su carita tierna, cuando entonaba desafinado sus villancicos insulsos con el retrasado mental de Goofy. No soportaba los árboles navideños; esos pinos de plástico, más falsos que el Antiguo Testamento, a los que intentaban dotar de un gramo de vida con un miserable olor a bosque impregnado de químicos. ¿Santa Claus? Ni pensarlo. Cada vez que lo veía me parecía estar viendo a Rasputín encubierto bajo los principios capitalistas de la temporada. Además, yo siempre le he visto a Santa Claus cara de pederasta. Yo no sé cómo pueden permitir que los niños se retraten con tan espantoso personaje; yo no le encargaría un hijo, si lo tuviera, ni por cinco minutos. Mi odio hacia lo norteamericano vino en aumento… Me acuerdo que un día estábamos viendo la televisión en Navidad y a alguien se le ocurrió comentar que George Bush tenía raíces judías. No sé de dónde sacaron la idea; creo que fue del tío Trotskov, que era un asno por naturaleza, que seguro oyó un chisme en alguna cantina de la Colonia Guerrero, y lo tomó por una verdad irrebatible. El caso es que estaba toda la familia alegando si Bush era judío, o norteamericano. Entonces Slovana, tan antiyanqui como siempre, se para en medio del cuarto y sentencia: Bush no es judío, ni norteamericano: es culero. Y todos me dieron la razón. Es el único día que mi rencor fue bien recibido por los demás.
Las piñatas en las posadas me traumaron; cada ocasión que rompíamos una y me lanzaba sobre los dulces, resbalaba al pisar alguna mandarina aguada, y me sangraban las manos al caer de lleno sobre las astillas de la olla de barro. Claro que en víspera de Nochebuena lo usé como penitencia, una especie de autoflagelación para ascender mi preocupación a grado de rito. Iba a las posadas y me arrojaba sobre la piñata sólo para sangrarme las manos, y olvidar mediante el dolor físico mi terrible amargura existencial…
Se preguntarán que pasó después. Lo evidente. La niña Slovana se fue llenando de odio, hasta transformarse en el Ángel de la Venganza. Esperé paciente durante muchos años. Aunque durante la espera, hubo momentos en que intente dejar atrás mi rencor, andando de trotamundos. Viaje a la vieja Europa para encontrarme con mis orígenes. Me pareció doblemente fría: en clima y en hospitalidad. Además, las chapas rojas y redondas de mis compatriotas, y sus ojos pequeñitos me producían una risa incontrolable, que no me permitía mantener una conversación duradera con nadie. Les veía cara de playmovil. Me los imaginaba encaramados a las velas del barco pirata, u operando pacientes dentro de un quirófano de juguete. Como antítesis, demostrando mi rebeldía, se me ocurrió viajar a los Estados Unidos para comparar el estilo de vida; tuve que salir corriendo porque me parecía que en cualquier momento un violento xenofóbico medio nazi me podía quemar con leña verde, o que un negro impresionante de más de dos metros, y bien dotado, pudiera abusar de mi; lo peor, por supuesto, era lo del negro, pues corría el riesgo de que me pudiera gustar. Norteamérica, en cambio, no me gustó. La gente era gorda, y no comía…tragaba, ¡devoraba! enormes salchichas y hamburguesas con desesperación, sin masticar, arrojando fuera de sus bocas repugnantes trozos de carne y chorros de mostaza. Digamos que fue una experiencia embutida y espeluznante. Me olvidé de viajar.
Aún con ello, mi vida pudo haber sido otra. Tuve algunos novios formales, y algunos otros express con los que hubo grandes recuerdos; pero todas las relaciones terminaban mal porque en el fondo yo sabía que debía estar preparada para el momento. Andaba con ellos de enero a noviembre, y luego, cuando se acercaba el último mes del año, los mandaba a la…Siberia lejana, desterrados de mi corazón. No me culpen, tenía que cumplir mi meta. Además, todos, en algún momento, me recordaban al tío Trostkov o a mi padre, por brutos e insensibles. Y a los que tenían algunos kilitos de más, les veía la cara  del marranito con todo y manzana en la boca. Era aterrador.
Conciente del punto crítico al que había llegado mi vida por culpa de mis traumas de infancia, decidí que no podía dejar pasar por alto mi ira. La señal sería el año que volvieran a cocinar cerdito. Para su buena o mala fortuna, durante años no se decidieron a cocinar al lechón. Hasta se daban el lujo de inventar platillos los muy cobardes. Yo creo que presentían un atentado casero. Así vi desfilar año con año, pavos rellenos de picadillo, de jamón, de pavo, de jamón de pavo, de picadillo de jamón de pavo…carne sobre carne, una cosa asquerosa; también vi suculentos budines, gelatinas, pasteles (que obviamente no venían acompañados de velitas para celebrar); y de vez en vez romeritos con mole; bacalao, caviar, y otros tantos platillos que no hacían más que acrecentar mi ansiedad. Pero el cerdito no llegaba.
Hasta que ayer, precisamente ayer, mi paciencia se vio recompensada. Lo vi entrar a la  casa, radiante. Sus carnes rosadas y jugosas se estremecían al paso del tío Trostkov, que lo traía en brazos sobre una cama de lechuga y aceitunas. De pronto sentí que el cerdito se elevaba con dos poderosas alas, magnífico, como un serafín que ascendía a los aires, volaba por encima de la cabeza de mis parientes; llegaba a mi, para llenar mi mejilla con suculentos besos amorosos y trompudos, y con voz angelical me susurraba: Dios, en su infinita gracia, te ha concedido el momento. Es hora…Oink, oink.
Toda la rabia contenida se desbordó. De inmediato me dirigí a mi recámara, y saqué del cajón de mi buró, un viejo disfraz de Santa Claus, tan desaliñado, que me dejaba al descubierto la panza. Debajo de la cama, extraje un pastel enorme y jugoso, al que le había colocado cerca de treinta y dos o treinta y tres velitas…hasta yo perdí la cuenta del número exacto del cumpleaños que festejaba. Luego, de entre la funda de la almohada saqué una botella de vodka pirata que guardaba celosamente, y me la bebí en tres tragos. Si una botella de vodka produce efectos espantosos, imagínense lo que puede hacer un vodka pirata.
Salí a la sala de la casa dispuesta a todo. Cuando llegué a donde estaba el tío Trostkov; éste se me quedó mirando con la boca abierta (tal era la imagen y la peste que yo despedía). No pude soportar su cara de estúpido y le apliqué un puñetazo en pleno rostro; que le hizo brotar de la nariz, un borbotón de sangre más rojo que un gorro navideño. Todos se quedaron atónitos. Me miraban como si se hallaran ante la visita de los Reyes Magos. Tomé las figuras del nacimiento y una por una, me las tallé entre las axilas, de manera muy gráfica; otras tantas, me las pasé por partes pudendas que no quiero siquiera mencionar, y se las fui arrojando una a una a los sobrinos que venían de visita desde las lejanas tierras: a éste pequeño le zumbaba en la oreja, a aquél casi le saco el ojo con el San José, al otro casi le provoco un derrame cerebral con el pesebre. ¡Tomen, tomen su navidad, cabrones!, les grité de forma un poco violenta. Luego me vendé los ojos, de manera tramposa, pues había una rendija por la que alcanzaba a ver, y perseguí al abuelo Romanov, que está enfermo de artritis, por todos los rincones de la sala, al grito de ¡Dale, dale, dale…dale al socialismo; rómpele la madre…al capitalismo!...
En honor  a la verdad debo decir que el tío Romanov se portó valiente; ágil esquivo dos o tres golpes que intentaban alcanzarlo; y los palos que sí atiné a propinarle, los recibió sin ninguna queja, sin ninguna mala palabra de su parte, como un valiente cosaco. Bueno, el tío Romanov es mudo, ¡pero eso no hace menos evidente su heroísmo!...Al final, el número estelar. Amenazante, ante el alboroto de los concurrentes, me acerqué al árbol navideño, a ese símbolo plástico de nuestra destrucción ambiental, de nuestro planeticidio…lo rocié con el chorro de vodka pirata que me quedaba….y ¡fiiuuuuu! Estallaron los fuegos artificiales. Ardía el árbol como la ciudad de Belén, el día de la furia de Herodes. Ardía como Godoma y Somorra, o como Sodoma y Gomorra, o como se llamen. Corrí entre los presentes, escapando a sus intentos vanos de atraparme; empuñando un terrible y regordete pastel me encaminé hasta la abuela, sin que nadie tuviera tiempo de reaccionar. La abuela temblaba como un ratoncito, allí, sentada en su silla de ruedas, cubiertas sus piernitas con una colcha ucraniana. Lento, como en una pesadilla para ella, y en un sueño inimaginable y placentero para mí, me acerqué, mientras me cantaba yo misma el Happy Birthday to you, para no desentonar con lo gabacho; luego apagué las velas silenciosamente, y entonces, como en cámara lenta, en esa noche mágica y especial…le zambullí el pastel a la abuela en pleno rostro, retorciéndoselo numerosamente, adentrándole el chantilly entre las fosas nasales ¡Feliz navidad…jo, jo, jo, bola de mugrosos!, dije enloquecida…¡les apuesto lo que quieran a que este cumpleaños de Solvana no lo van a olvidar nunca, hijos de puta!
            (Slovana hace una pausa; saca de el bolsillo de su abrigo un rey mago sin cabeza, y lo contempla ensimismada)
            Así quedó mi familia después del incidente, como un Rey Mago descabezado, como un nacimiento sin sus bueyes y sin burros…bueno, bueyes y burros teníamos bastantes en la familia, pero no navideños. Por supuesto, me echaron de la casa. Formaron un juicio sumario y me desterraron. Para mi fue mucho mejor eso que estar encerrada de por vida en ese campo de concentración; tanto olvido me tenía harta…
¿Qué va a pasar en un futuro próximo? ¿Me recibirá mi familia de vuelta, arrepentida por tanto dolor que me infligió ignorando mis aniversarios, y sobre todo, avergonzada por haberme echado de la casa? ¿Me molerán a palos si vuelvo, e invadirán mi recámara con sus estupideces, como cuando los aliados invadieron Checoslovaquia? ¿Cesará este frío iceberg infinito de la incomunicación familiar?¿Ya le habrán extraído, de las fosas nasales, el chantilly a la abuela?¿Lloraran todos al árbol de Navidad incendiado, como Pepe el Toro le lloro a su “Torito”? Son preguntas que cada minuto vienen a mi cabeza…y que me tienen sin cuidado. Con la cajita que le robé a la abuela, que guardaba bajo las duelas de su recámara, y con el reloj de oro macizo del tío Trostkov, pienso darme la gran vida. Lo que pase en esa casa, me tiene sin cuidado. Como me tienen sin cuidado la Perestroika, el Neoliberalismo, o esa fotografía del actual presidente, que a mí se me hace que sí es judío…
Por lo pronto, ya me compré un pastelito de cumpleaños, medianito, algo humilde, para no pecar de gula en un día tan católico como éste. Ahora (saca unas velitas, las coloca con paciencia y las enciende), procedo a llenar mi vida de luz (entra bajo música de villancicos); y en compañía de ese grupo de niños que canta de manera angelical en la casa vecina, a donde sé que por fortuna nunca seré invitada, me procuro a mi, como debí haberlo hecho desde mi aniversario número tres.
¡Damas y caballeros, con ustedes: el cumpleaños de Slovana! (Slovana canta melodiosa)… ¡Happy birthday to me! ¡Happy birthday to me! ¡Aunque me cague el estilo gringo, Slovanahappy birthday to me! (Slovana sopla y apaga las velas del pastel)


(Oscuro total. Entra música de villancicos versión cumbia)
Fin





Ulises Paniagua Olivares (México D.F. 1976)

Narrador, poeta, videasta y dramaturgo. Se  graduó como arquitecto en el Instituto Politécnico Nacional. Ha publicado, en colectivo, cuatro libros de cuento (Cuentos dispersos, Nuevo cuentario, El silencio se mudó al armario y Cuentos húmedos), todos ellos bajo el sello editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México. También publicó, en 2009, el poemario De amor y otras miserias, bajo el sello editorial Fridaura; y el libro de cuentos Patibulario, en el 2011, con la editorial Mutibilda. Su obra ha sido divulgada en diversas revistas y diarios nacionales e internacionales. En el 2007 recibió una mención honorífica en el Concurso Nacional de Cuento Criaturas de la Noche, del Instituto Coahuilense de Cultura. En el 2008, fue incluido en la antología de Poesía Latinoamericana Giulia Gonzaga,de la revista Lo Spazio (Italia) Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, al alemán y al italiano. Contacto:  sesilu7@yahoo.com.mx

viernes, 18 de noviembre de 2011

El cinco en el Número Cinco, con Gabriela Vega

El cinco no es un número cabalístico, ni una figura que se asocie a la buena o a la mala suerte (cuando menos en la cultura occidental). No es un número que posea una presencia histórica particular, ni el encanto de una figura refinada. Tal disertación sirve de preámbulo para aclarar que hemos llegado al número 5 de nuestra sección, La Isla, donde publicamos obra literaria de autores de prestigio, y de jóvenes autores de gran calidad, a los que no les interesa demasiado este asunto de la numerología asociada con el cinco. En esta ocasión, nos complace presentar la poética y las letras de:

Gabriela Vega (Edo. de México, 1984)

Gabriela es un claro ejemplo de una autora joven con talento, cuyas sensaciones y emociones se muestran francas, nítidas, a flor de piel. Y para este número, siguiendo el patrón de lo humorístico y lo sencilo, que encuentra su dificultad en la propia sencillez, tenemos algunas pequeñas frases que nos regala la autora mexicana, que bien pueden considerarse aforismos:

Algo sobre mí: (todo empezó en un pedazo de papel de estraza)

Cualquier persona es lo quiere ser... pero no cualquier persona se atreve a despertar

Sólo exige aquéllo que estés dispuesto a dar o perder
        ¿Que encuentras cuando entras, qué puede haber, qué puedo dar para que pretendas quedarte o  estar? Pues yo que más soy, si no una sombra con cuerpo, que suele ver hacia dentro, que habla a veces   para decir nada, que plasma sueños con deseos impregnados de esencias ajenas y sólo algunas veces, ama...

   Y como leer sólo un parte de la obra de un autor es marginarlo en cierto sentido, nos gustaría internarnos en la poética de Vega. Una  poesía intrincada, compleja, que se atreve a buscar las fibras más sensibles, más dolidas de sí misma, aprocechando la difícil búsqueda del yo, la comprensión de una ruptura. Ejercicio al que muy pocos poetas se atreven. Los dejamos entonces con algunos poemas de Gabriela, esperando los disfruten tanto como nosostros:


Reminiscencia

(Gabriela Vega)

Del tu y yo.

De los recuerdos postergados
que llegan libres entre  sueños distantes,
en  soledades de sonidos ausentes.

Avivados por el deseo
que baila de madrugada
en los poros de la piel.

Dejando  murmullos de olvido,
que dejan huella.

Reminiscencia, desde otros ojos.

Recuerdo

(Gabriela Vega)


Esto no es como lo recuerdo,

los escombros de las memorias se mezclan con el insomnio…

Los puntos de partida son borrascosos y los puntos de encuentro casi son inexistentes.

La nostalgia de noches de vuelo y muertes constantes,

ya no se tornan ocasionales: ¡ya no las hay!

A veces me pongo a extrañarme un poco más.

No recuerdo que esto fuera así… con tanto NADA que decir.




Las analogías impersonales

(Gabriela Vega)


El pasado aun camina,

aprendió a tocar tu puerta,

a llamarte  por tu nombre,

te regala dos miradas de reconocimiento,

una escudriña lo que ya no tienes,

la segunda trata de descifrar las nuevas manías.

Abre lentamente los labios

y  te pide  que lo invites a entrar

PARA TOMAR TÉ…

En un intento, para no ser desplazado por tu olvido,

 donde desteje telarañas de soledad,

mientras te cuenta de ilusiones,

destinos distantes y sueños que se volvieron moribundos.



Gabriela Vega Rivera
(Naucalpan, Edo. de México, 1984)
Gabriela Vega es narradora y poeta. Durante varios años ha participado en recitales y ciclo de lecturas, llegando a presentarse en diversos centros culturales del Distrito Federal y del Edo. de México. Entre ellos podemos destacar la Casa de Cultura Azcapozalco, el Centro Cultural Mexiquense, así como múltiples escuelas a nivel secundaria y bachillerato. Su obra ha sido publicada en revista electrónicas e impresas del área metropolitana.Contacto: cenit50@hotmail.com

lunes, 12 de septiembre de 2011

Uruguay, tierra de poetas

por: Saúl Ibargoyen

Hemos leído con interés el articulo de Enrique Héctor González ("Jornada semanal", 24.07.11) dedicado a los tres poetas de lengua francesa nacidos en Montevideo en el siglo XIX: Isidore Ducasse (y su heterónimo: Conde de Lautréamont, afectado por el bilinguismo), Jules Laforgue y Jules Supervielle, que el reseñista denomina "urugalos"; tal vez por analogía con "urumex", o sea, los uruguayos exiliados en el receptivo México de los años 70 y 80, a causa de las dictaduras en el Cono Sur.
   El inicio de la nota puede resultar algo agresivo: "Uruguay no es tierra de poetas, por más que la obra de Julio Herrera y Reissig haya consolidado las virtudes sensuales del modernismo poético...", y a continuación surgen dos nombres de poetas hombres (valga la rima) que sorprenden porque aparecen como los muy escasos vates que merecen ser mencionados en la líríca uruguaya del siglo XX hasta acá. Nada tengo en contra de esas menciones; se trata de autores antilíricos, de buena cultura literaria, quizás obsesionados por buscar en la axiología de la modernidad tardía (otra rima) una respuesta definitiva a preguntas o a sospechas ineluctablemente enraizadas en el discurso profundo de la Historia, enrarecido por los salvajes medios del capitalismo "postindustrial".
    Reconozco el trabajo de ambos colegas, y lo respeto en medio de obvias discrepancias, pero -y esto no es de su incumbencia- ¡ubicarlos al lado de Julio Herrera y Reissig, porque en Uruguay no hay más poetas hombres que los nombrados! Me permito citar nombres de diversas generaciones, siglo XX, omitidos por el autor de la nota:
Fernán Silva Valdés, Carlos Sabat Ercasty (que influyera en el joven Neruda), Alfredo Mario Ferreiro (atento a las vanguardias), Fernando Pereda, Alvaro Figueredo, Pedro Picatto, Líber Falco, Juan Cunha (maestro en el arte versal), Mario Bendetti (el más leído), Jorge Medinal Vidal (maestro de Eduardo Milán), Humberto Megget (un chispeante renovador fallecido al inicio de su obra), Saúl Pérez, MiltonScinca, Washinton Benavides, Salvador Puig, Juan Carlos Macedo, Ruben Yacovski, Alvaro Miranda, Carlos Brandy, Héctor Rosales, Rafael Courtoisie, Jorge Castro Vega, Ricardo Pallares, Jorge Arneleche, Jorge Meretta, Hugo Giovanetti Viola, etcétera.
    Digo poetas hombres, porque el reseñista distingue sí, y con justicia, la obra de cinco poetas mujeres, antes denominadas "poetisas" (que se parece a "petisa", o sea, chaparra). Tal vez por razones de espacio, no incluyó a Clara Silva, Selva Casal, Amanda Berenguer (la más experimental), Circe Maia, Selva Márquez, Sara de Ibáñez, Cristina Peri Rossi, Martha Canfield, Mariela Nigro, Melba Guariglia, etcétera.  
     En fin, solo faltó agregar al artículo objeto de este veloz comentario, que Uruguay no es tierra de futbolistas, lo que según parece quedó confirmado el mismo día domingo 24 de julio: Campeón de la Copa América por décimoquinta ocasión.








lunes, 4 de julio de 2011

Ibargoyen en La Isla

Saùl cruza el desierto. Esa franja que nos desgarra el corazón por su aridez insultante. No se trata, en evidencia, de escribir sobre la sed de agua que prevalece en las tierras de la vieja Palestina, tan vapuleada y triste. Saúl Ibargyen, asuminedo el papel de un profeta rebelde; clama por las paz, como un escriba, como el propio escuchante de un conflicto absurdo, en este par de poemas cuyo contenido humano vale tanto como su propia poética.


GAZA
de: Saúl Ibargoyen
         
                   (a la nación palestina, a los
                    judíos e israelíes pacifistas)
          
 
Es otra esa lejana carne que duele
Con un sufrir que tal vez nos espera
O que en un quizás sin fecha alguna
Un bicho apegado a la tierra al escarbar
Entre hierbas hojas bayas y raíces resurrectas
Decubrió.
Las noticias de ese redolido dolor
Muestran las reiteradas ruinas
Y sus fibras de humo sangriento
Las llagas renovadas en arterias de ceniza
Los idiomas sagrados mintiendo con sus lenguas negras.
 
Los cantores ya hicieron alabanza
Del estrecho desierto amarillo
De la verde sal acumulada entre las piedras
De la sombra que el cernícalo hacer arder en el crepúsculo
De la ácida señal de los chacales
Del perdido caminar de los asnos salvajes
De la frágil paloma y la dientuda langosta
Y el usado cordero de los holocaustos.
Pero ningún cantor ha dicho
De la carne agobiada por un dolor distinto
Como un ajeno sufrir en carne de otros.
Porque no hay flauta ni cítara ni atabaque ni vihuela
Que entreguen ninguna melodía en dirección
De la bermeja polvareda que las exactas bombas desatan
Con su fuego purulento.
Habrá quienes rechacen el dolor de lo más íntimo animal:
El que congela médulas y endurece flemas y lágrimas        
El que no acepta las razones de esa especie
Buscadora de una razón para extender el extermino.
Habrá quienes clamen que todo ese sufrir es un pretexto
para quemar las banderas de Sión.
 
Los cantores deben tejer sus verdades de aire
Encontrar el verbo más para sí
Que tal vez los niegue o contradiga.
Es que no hay verdad que logre su visceral verdad
Sin un cántico abriéndose
Al hueso carcomido por el fósforo blanco
Al hilo umbilical entre madre huérfana y feto claudicante.
Porque otra carne debe doler
En la aérea salivación de los recitadores
En el hálito de quien no pudo enviar sus misiles absurdos.
Y nosotros en medio de las voces los truenos el hedor atroz
De un ínfimo martirio universal
Aún sabemos que no existen sábanas que no se manchen
Ni existen soberbios poderes que un viento cualquiera
No destruya.
                                             
 
Montevideo, enero 2009
 
 
 
LAS VIEJAS GUERRAS
de: Saúl Ibargoyen
 
                      (para Robert Fisk)
 
Tú el escuchante de esta tinta enmudecida
¿has pasado también por “las viejas guerras”?
¿O hay solamente insípidas guerrillas
en la crónica de tu amable respiración
y sus grises resonancias?
¿Pasas o no pasas por ancianas degollinas
por matazones entre un barro
  de lombrices profundas
por espacios forjados con médulas de arena
por ramajes de calcio desfibrado
por gastados patíbulos y rejas sin sueño
por uniformes de toda color
  que rasparon polillas de fuego
por cartas a medio escribir
  con frágiles tragedias y fotos corroídas
por caballos empapados en petróleo
por balones desinflados a plomo
y muñecas sin himen y sin rostro?
¿Has pasado por esos territorios
de vero papel de vero lienzo
de vera pantalla de cristal
por esa gran cáscara de esqueletos
siempre aplastándose
siempre apócrifa o sea oculta perdida archivada
para que las narices no se estremezcan
para que los buenos modales sean consagrados
para que la inmundicia confirme sus poderes
para que las gozadas digestiones y cópulas
jamás se interrumpan? 
Intenta sí pasar por las antiguas guerras:
cruza esta calle o entra en tu recámara:
el primer paso será
la mitad de todos tus pasos.
¿Qué sangre encontrarás que sea
solamente la tuya?

Saúl Ibargoyen.Prolífico escritor, nacido en Montevideo, Uruguay, el 26 de marzo de 1930. Radicado en México desde hace muchos años, le fue concedida la nacionalidad mexicana en septiembre del 2001. Poeta, novelista, cuentista, traductor, periodista cultural, editor, coordinador de talleres de poesía. Ha sido responsable de páginas culturales, codirector de la revista y editorial Aquí Poesía  y de la revista  Programa. Fue presidente de la Asociación de Escritores del Uruguay por dos periodos (1986 a 1989). En  México, fue jefe de redacción y subdirector de la revista Plural (segunda época), entre 1977 y 1994, año éste en que dejó de publicarse. Trabajó con el maestro Edmundo Valadez en la sección cultural del periódico Excelsior. Co-fundador y miembro del consejo editorial de la revista Archipiélago; coordinador editorial de El Entrevero, publicación bimestral destinada a promover vínculos culturales entre México, Uruguay y Sudamérica, y editor, con Sergio Mondragón, Luis Arturo Ramos y Fernando García Núñez, de la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, que se publica desde 1995 por acuerdo entre Ediciones Eón y la Universidad de Texas en El Paso, Texas, EU. Entre los años 1991 a 1998, fue secretario primeramente y luego miembro del jurado en el programa del CNCA de apoyo a las revistas independientes de provincia; asimismo, fue asesor en la edición del Catálogo de revistas de arte y cultura: México (CNCA, México, 1999). Miembro del consejo editorial y colaborador de la revista Entorno (editada por la UACJ); asesor de la revista Tinta Seca, Cuernavaca, Morelos. Fue corrector de estilo y asesor en la edición de los libros de texto del proyecto Educación a Distancia para Adultos (SEP/ILCE). Por su libro El escriba de pie recibió el Premio Nacional de Poesía “Carlos Pellicer” 2002, obra publicada. Obtuvo el primer premio en los XXXIV Juegos Florales de San Juan del Río, 2004, por su libro inédito ¿Palabras? Es autor de decenas de libros, entre los que podemos mencionar El pájaro en el pantano, ed. del autor, Montevideo, 1954. El rostro desnudo, ed. del autor, Montevideo, 1956. El otoño de piedra (Premio Municipal), Deslinde, Montevideo, 1958. Pasión para una sombra, Deslinde, Montevideo, 1959. El libro de la sangre, Deslinde, Montevideo, 1959. Un lugar en la tierra, Deslinde, Montevideo, 1960. Ciudad, Alfa, Montevideo, 1961. Límite, Diálogo, Asunción del Paraguay, 1962. Sem Regresso, Panorámica Poética Luso-Hispánica, Lisboa, 1962. De este mundo (Premio Ministerio de Instrucción Pública), Aquí Poesía, Montevideo, 1963. Los meses, Aquí Poesía, Montevideo, 1964. El amor, Aquí Poesía, Montevideo, 1965. Poema abierto al Presidente Johnson y otros poemas, Comunidad del Sur, Montevideo, 1967. Poema abierto al Presidente Johnson, Pájaro Cascabel, México, 1967. Palabra por palabra (antología), Alfa, Montevideo, 1969. El Rey Ecco Ecco, Aquí Poesía, Montevideo, 1970. Viento del mundo, Aquí Poesía, Montevideo, 1971. Patria perdida, Aquí Poesía, Montevideo, 1973. Poemas de la extranjera, Cruz del Sur, México, 1977. Exilios, El Oso Hormiguero, México, 1978, El escriba de pie; entre otros tantos títulos.

jueves, 19 de mayo de 2011

Teatro en La Isla




En el número dos de nuestra revista, hemos decidido inaugurar el género teatral con una colaboración muy honrosa. La dramaturga Mariluz Suárez Herrera nos presenta este juego escénico de un sólo acto, de evidente humor negro y agudo. Nos pareció que La Isla era el mejor espacio para una ocasión especial, dado que la sección completa está dedicada a la obra. Esperamos sea de su agrado.

ZAPATOS PARA CORRER
de: Mariluz Suárez Herrera

Imagen: Mariluz Suárez y Saúl Ibargoyen

                                   Para Rosana Ibargoyen y Hugo García Robles
Franco          45 años
Sara               30 años
Alfredo        43 años
El escenario estará dividido en tres partes. Un despacho modesto. Cocina de una ama de casa, habrá exceso de cuchillos como parte de la decoración. Siempre que Sara esté en la cocina jugará con un cuchillo, amenazando, picando, simulando cortarle la garganta al interlocutor, lanzando tiro al blanco.  Del lado derecho habrá una mesa de una moderna cafetería donde se usa Internet. Sara preparará alimentos siempre que esté en la cocina, Franco comerá comida chatarra durante toda la obra. Alfredo usará exceso de oro: cadenas, esclavas, anillos que irán disminuyendo en cada aparición hasta quedar vestido de manera modesta en la última escena. Entra  Alfredo en el despacho de Franco, haciendo ostentación de riqueza, usa ropa notablemente cara,  mira la computadora, la enciende, la apaga, toma un celular, oprime botones. Toma un beeper, lo deja sobre el escritorio. Se pone los audífonos  de un I pod, camina unos pasos. Mientras hace todo esto se escucha: 
Voz de hombre en off: (Sonido contestadora) Habla Franco puede dejar mensaje, más   
                       tarde me comunico.
Voz de mujer en off: (Sonido contestadora) Habla Sara, puede dejar mensaje, más tarde me comunico.
Franco en off: Sarigüela, mañana voy a León, quiero que vayas conmigo. Sólo es un día. Llámame.
Sara en off: Tengo trabajo, no puedo.
Franco en off. Hablo en serio, no me castigues. Son sólo son unas horas.
Sara en off: Yo también hablo en serio, mis alumnas no esperan, les prometí una Isla Flotante, entre otras cosas.
Franco en off: Acabo de leer tu correo electrónico, es muy atractivo todo lo que me dices, pero quiero saber, de una buena vez, si te interesa viajar conmigo. (Alfredo deja todo como estaba, abre la puerta y sale muy lentamente) Te espero a las seis en mi despacho, no quiero excusas, cenaremos juntos.
Entran Franco y Sara en la cocina.
Franco:         (Se quita el saco, se sienta) Estoy harto de hablar con un celular, una contestadora y una dirección de correo electrónico. Ni siquiera durante la cena pudiste apagar ese pinche aparato.  (Sara se pone un mandil, empieza a preparar algo) ¿Puedes dejar eso por la paz? Esto tiene que cambiar.
Sara:             O terminar.
Franco:         Yo no dije terminar, me comprometí con un ser humano, no con un aparato que se conecta, ni con una máquina de hacer pasteles.


Sara:              Yo podría decir exactamente lo mismo. (Franco saca un cenicero, cigarrillos y encendedor de su saco, trata de encender el cigarro) Sí, es el momento de hablar, tenemos que arreglar esta situación.
Sara               No, no, ni se te ocurra, vas a contaminar todo.
Franco:         ¡Esta es mi casa!
Sara:              ¡Esta es mi cocina!
Franco:         (Le quita lo que tiene en las manos) ¿Qué significa la palabra compromiso para ti?
Sara:              Un papel, como estos. (Acomoda hojas sueltas con recetas de cocina) Así cuadrado, casi transparente.
Franco:         Sí, claro, búrlate, un papel como todo este montón  que eternamente manoseas (toma papeles, los avienta) para todo eso que preparas  y que nunca tenemos el gusto de comer.
Sara:              (Pone una cacerola al fuego) Estos papeles que manoseo y todo esto que preparo es lo que nos da “de comer”.
Franco:         Ah, ya vas con tus reclamos, te habías tardado.
Sara:                          En mi familia los hombres son los que llevaban lo poco de ganancia  a sus mujeres.
Franco:         Sus mujeres, tú lo has dicho, yo sólo tengo una y no sé si es mía o de la estufa o del horno. Y si no hay trabajo, no hay trabajo… tú decidiste cooperar, nadie te lo pidió.



Sara:                          Nadie me pide nada pero no puedo sentarme a esperar que las cosas cambien. Mira no hay nada, lo poco que compro es para las clases de cocina. Y cuando sobra es para pagar la renta de tu despacho. Un hogar, eso dijimos que tendríamos un hogar.
Franco:         Es un bache, ya saldremos, verás que lo de León…
Sara:             (Incrédula) Ajá.
Franco:          Es una muy buena oferta.
Sara:                         No me vengas con historias de viajes, me invitas para que pague tus cuentas, como la cena de hoy.
Franco:         Dejé la tarjeta en el despacho.
Sara:                          Inventa otro pretexto, ése ya está muy choteado. (Saca un recipiente, empieza a batir) Si no tienes un quinto para qué  inventas salir a cenar.
Franco:         ¿Vas a cocinar? ¿Ahorita? ¡Son las once de la noche!
Sara:                         Voy a trabajar, se llama trabajo. Por si no te habías dado cuenta, yo trabajo mientras mi marido dice que busca empleo.
Franco:         ¿A qué hora es tu clase?
Sara:              ¡Cuidado con ese queso! Es muy caro, por poco lo tiras.
Franco:         No, no he tocado tus cosas.  Hasta el día de hoy no entiendo de dónde te salió esta afición por la comida.
Sara:                         Yo si sé, mi mamá nos mandaba a hacer mandados, yo era la encargada de comprar un buen pedazote de falda, siempre fiada y hacía un puchero que ni te digo. Hasta los perros se relamían.
Franco:         Me imagino.

Sara:              Y mi papá, para él todo estaba siempre riquísimo, (con nostalgia) pero creo que  decía eso porque estaba muy enamorado de ella.
Franco:         Qué interesante.
Sara:                          Lo que sí recuerdo es que ella se sentía culpable de nuestra pobreza. Todavía hoy sueño cuando era niña, siempre callada, siempre avergonzada, sentía la mirada humillante de los vecinos.
Franco:         Eso ya pasó. Hablemos de hoy, ¿te vas a tardar mucho?
Sara:              Lo necesario, como yo no tengo que hacer como que trabajo.
Franco:         Es una pregunta inofensiva, no se puede contigo, siempre agrediendo.                              (Suena celular) Mensaje, ¿a estas horas? (Leyendo) faltan cinco días para el                      treinta de junio. ¿Qué es eso, qué mensaje es este?  ¿Por qué me mandas esta              estupidez?
Sara:              A ver, déjame ver.
Franco:         Mira, léelo.
Sara:              No necesito ya  me lo leíste, y yo no lo mandé.
Franco:         Cómo que no, mira es tuyo, mira.
Sara:              Ya Franco, vete a dormir, alguien se equivocó de número.
Franco:         Estos aparatos, me tienen hasta la madre.
Sara:                         Bueno pues, regresa a la edad de piedra, vende todo, a ver si puedes vivir
sin ellos.
Franco:         Yo podría, tú no. Hasta para lo más simple lo sacas de Internet. (Toma una hoja y lee) “El vino tiene que ser un tinto no muy poderoso, más bien ligero…” “Postre tradicional de fuente hispana, con infinidad de variantes y secretos.”
Sara:                          Vete a dormir, vete a tu mentado viaje (saca dinero de su bolsa, lo pone sobre la mesa) y ya hablaremos a tu regreso.
 Franco toma el dinero de mala gana y sale, Sara sigue en lo suyo mientras baja la luz.
Luz de mañana. Entra Franco en el despacho, lleva una maleta pequeña. Enciende la computadora,  guarda documentos en la maleta.
Franco:         (Leyendo) ¡Faltan cuatro días para el treinta de junio! Qué broma es ésta,  (Marca por el celular) Sara ¿vas a seguir chingando? De que se trata, cómo que no sabes, claro que sabes. Bueno, espero me tengas una explicación hoy en la noche. (Para sí) Treinta de junio, qué pasó el treinta de junio. Cumpleaños, muerte, no, aniversario, no, junio, junio, no eso fue en septiembre. Bueno, me voy. Sale 
Entra Alfredo en el despacho, lleva unos periódicos se acomoda plácidamente para leer, pone los pies sobre el escritorio, baja la luz.
 Luz de noche, entra Franco en el despacho, misma ropa, misma maleta, se ve cansado, enciende la luz.
Franco:         (Hablando por celular) Nena, ya estoy en la ciudad, vine al despacho por unos papeles, llego en un rato. (Sale Alfredo del baño, Franco muy sorprendido, suelta todo lo que lleva en las manos) ¿Quién es usted, cómo entró?
Alfredo:       Calma, calma no voy a hacerte nada.
Franco:         ¿Por qué me tutea, quién le abrió?


Alfredo:       (Le muestra unas llaves) Mis llaves, veo que no has hecho ninguna modificación, en todo este tiempo.
Franco:         Cuál tiempo.  
Alfredo:       No te hagas, no te queda.
Franco:         Dígame qué quiere o llamo a la policía.
Alfredo:       Sólo he venido a recordarte que faltan cuatro días para el treinta de junio.
Franco:         Ah, es usted el de los mensajitos. Qué carajos quiere. Ocúpese de algo útil y salga de aquí,  (trata de arrebatarle  las llaves) inmediatamente.
Alfredo:       No sabes quien soy ¿verdad?
Franco:         No, no lo sé, y ¿por qué tiene llaves de mi despacho?
Alfredo:       Pinche Franco, dejo de verte un poco más de seis años y ya me desconoces.
Franco:         ¿Alfredo?  (duda) claro, eres tú.
Alfredo:       ¡Vaya!, no puedo creer que te hayas olvidado de mí.
Franco:         ¡Estás muy flaco!
Alfredo:       Yo diría que cuido mi figura.
Franco:         Y se ve que has progresado pero mira, la verdad es que tengo la cabeza en la luna, tengo demasiadas preocupaciones y…
Alfredo:       Pues ya se acabaron, tienes resuelta casa, vestido y sustento, te lo digo yo que ya pasé por eso, allá no te faltará nada.
Franco:         Déjame decirte, hace tres años tuve que casarme y desde entonces… ¿dónde allá?
Alfredo:       ¿Tuviste? Ah, entonces eres un feliz padre.
Franco:         No, no fue por eso, ya te lo explicaré.

Alfredo:       (Le entrega un sobre) Cumplí mi parte, ahora te toca a ti.
Franco:         Tenemos mucho que hablar, vamos, aquí junto hay una cafetería, o acompáñame a mi casa, te presentaré a mi compañera.
Alfredo:       No, por ahora no. Qué tal si nos vemos mañana.
Franco:         Bueno, mañana a estas horas en la cafetería de aquí junto.
Alfredo:       Mientras tanto empieza a ahuecar el ala, allá te están esperando, te va a gustar.     (Los dos salen)
 Sara trabaja en su computadora en el café,  entra Franco, viene del baño frotándose las manos, se sienta y  come.
Sara:              (A Franco sin quitar la vista de la pantalla) ¿Vino o cerveza?
Franco:         Tomaré agua.
Sara:              Debimos de haber ido a la fondita que te dije.
Franco:         Está muy pinche.                   
Sara:                         Pero la comida está bien hecha. Oye, más vale que sea importante lo que tienes que decirme, tengo mucho trabajo, para mañana quieren torrejas, hay que hervir leche, cortar las rodajas de pan, dejarlo reposar, enharinar ay, creo que no tengo canela.
Franco:         Ya Sara, podrías de dejar de hablar siempre de lo mismo.
Sara:                          Eres un caso ¿eh? ¡Otra vez aquí! No sales del mismo lugar, ni cocinar saben, eso que te pedí dicen que es ensalada de atún, pero parece vomitada.
Franco:         Gracias, ¡anímame a comer!
Sara:              Qué, ¿no podrías decirme en la casa, lo que te traes entre manos?
Franco:         No.

Sara:              Ah bueno pues te escucho.
Franco:         No sé por dónde empezar…
Sara:              No seas tímido, te ayudo si quieres.
Franco:         Deja tu ironía para más tarde.
Sara:              De todos modos es un discurso que ya me sé de memoria.
Franco:         ¿Me puedes escuchar?
Sara:                         Iban a darme el trabajo pero… No me conviene ese trabajo de León  porque… Creo que voy a pensarlo un poco… sólo un…
Franco:         Te callas, de una buena vez.
Sara:             (En voz baja) Un poco.
Franco:         ¿Te acuerdas de los mensajes sobre el treinta de junio?
Sara:              Sí. Te aclaro, no fui yo.
Franco          Escúchame. ¿Sabes qué día es hoy?
Sara:              (Busca en la pantalla) Veintisiete de junio.
Franco:         Bueno, pues el treinta de junio tengo que estar en Guachochic.
Sara:              En ¿dónde?
Franco:         Cerca de la Barranca de Urique.
Sara:              No entiendo… nada.
Franco:         A ver, empiezo de nuevo.
Sara:              No, no empieces de nuevo, sólo háblame en español.
Franco:         Mira, hace seis años firmé un contrato para trabajar en la Sierra de Chihuahua.
Sara:              Ah, por allí hubieras comenzado. Y ¿qué con eso?

Franco:         Bueno, más bien firmamos.
Sara:              ¿Quiénes firmamos?
Franco:         Mi socio y yo.
Sara:              Ah, tienes un socio… mira, yo más bien creo que es una socia.
Franco:         Sara, esto es serio, deja tu ironía por un rato.
Sara:              (Hace señas alrededor de que hay que  poner atención)  ¡Óido al parche!
Franco:         Somos dos socios, firmamos un contrato, él se fue primero, ahora me toca a mí.
Sara:                         Ah, qué bonito y yo estoy pintada. ¿Por qué nunca me lo dijiste? Me extraña…
Franco:         No tiene por qué extrañarte. La verdad se me olvidó.
Sara:              ¿Así nomás?
Franco.         ¡Por completo! (Sara espulga el plato de Franco) A veces ocurren estas cosas. Hace un poco más de tres años, cuando te conocí, sólo tenía cabeza para ti, me atrapaste en una forma…, todavía el día de hoy sigo sin entenderlo, mi negocio iba muy bien...
Sara:                         Mira, qué mal cocinan, y todavía cobran. (Pausa) Qué insinúas, que soy un ave de mal agüero.
Franco:         No, Sarita, no es eso.
Sara:              ¿No estábamos de acuerdo en que no íbamos a tener secretos?
Franco:         ¡Hace seis años! ¿Tú recuerdas qué estabas haciendo hace seis años?
Sara:                          No, pero sí  recuerdo que hacía hace (duda) digamos… hace unos cuatro, estaba luchando por conquistarte. (Pausa) Dime ya concretamente qué es lo que quieres.
Franco:         Si me permites hablar.
Sara:              Habla.
Franco:         Mi socio ya cumplió su tiempo, ahora yo tengo que remplazarlo.
Sara:              Y ¿qué es lo que quieres?
Franco:         Primero que nada, saber si te irías conmigo.
Sara:              ¿Ahora? ¿Al desierto?
Franco:         Bueno, no es precisamente un desierto, hay un hermoso bosque, están cerca Samachique, Aboreachic y Rocheachic, está el río…
Sara:              (Se pone de pie, apaga la computadora, se prepara para irse) ¡Suficiente!
Franco:         Puedes pensarlo, si quieres, tienes doce largas horas para decidir.
Sara:              No te creo.
Franco:         ¿Necesitas una prueba?
Sara:              Mira, tengo que preparar un lomo Strogonoff para mañana.
Franco:         Esto es serio Sara, no estoy jugando.
Sara:              (Toma sus cosas) Te espero en la casa, cuando acabe de cocinar hablamos.
Sale Sara, se cruza con Alfredo al salir. Franco hace cuentas para pagar.
Alfredo:       (Se acerca) ¿Era ella, verdad?
Franco:         ¿Qué te pareció?
Alfredo:       (Se sienta) Está guapa, ¿por cuantas corcholatas te la cambiaron?
Franco:         No seas cabrón.

Alfredo:       Mira compadre,  no fuiste ni para avisarme, ni para llamar, ni escribir, ni señales de humo, no sé qué rayos pasa por tu cabezota.
Franco:         Todo ha sido muy rápido, tu regreso me ha movido el tapete gruesísimo, la verdad no sé ni qué hacer.
Alfredo:       Pues cumplir con tu parte, no hay otra. ¿Contaste el dinero?
Franco:         No es necesario.
Alfredo:       Ah, me tienes confianza absoluta y me ocultas información.
Franco:         Ya te dije, todo fue muy rápido, me volví loco por ella, lo único cierto es que                  me junté con una mujer y ahora vivo con otra.
Alfredo:       No papacito, eso es lo que tú quieres creer. ¿Revisaste el boleto, es suficiente lo que te dejé en el sobre?
Franco:         No lo he visto pero sí, así está bien.
Alfredo:       ¿Leíste el contrato?
Franco:         Sí, pero cuando firmamos yo entendí otra cosa.
Alfredo:       Ni se te ocurra fallarles, te tienen perfectamente ubicado, vienen por ti y de los huevos te trepan al autobús, no hay vuelta para atrás. Y como de la firma hace más de seis años, creo que eso ya también se te olvidó.
Franco:         Qué pasa si me niego a cumplirlo.
Alfredo:       Mira compa, todas las autoridades son sus cómplices, capaz que te desaparecen y despiertas en algún beneficio de mineral al norte de Canadá y te diré está bastante más lejos. Aparte, tú sabes que nadie domina el uso del cianuro como tú y yo. Te vas a ir de espaldas cuando veas tu primer cheque.
Franco:         ¿Qué hago para convencerla? No me imagino la vida sin Sara.
Alfredo:       Se ve que el trabajo te vale madre. ¿A poco tienes miedo?

Franco:         ¿Miedo yo? (Pausa) Me sentiría feliz si se fuera conmigo pero dudo que quiera acompañarme.
Alfredo:       Pues yo creo que te vas apurando a lavarle el cerebro y empiezas a empacar, en dos días estarás en camino.
Franco:         Bueno, mañana te espero a cenar para que hablemos con ella.
Alfredo:       Pero yo qué tengo que hablar, convéncela tú, es tu vieja. Toma en cuenta que en seis largos años no podrás salir de la Planta. Y si no se le da la gana ir contigo, ni te acongojes, (lo toca jugando) allá sobra carnita para el chanchito.
Franco:         (Se resiste) La verdad no sé que hacer.
Alfredo:       Dices que ella ha cambiado, pero tú estás más gordo y ya se te olvidó reír.
                        Tú también eres otro.
Franco:         Y ¿qué esperabas encontrar?
Alfredo:       ¿Te acuerdas que me iba yo a casar antes de irme?
Franco:         No, ni supe.
Alfredo:       ¿Te acuerdas que te pedí que fueras tú primero?
Franco:         No.
Alfredo:       Cómo te vas a acordar si me mandaste en tu lugar sin tocarte el corazón, seguramente pensaste que nunca volvería. Sólo te informo que destrocé el corazón de una mujer y no vi morir a mis padres por cumplir tu capricho de niño consentido.
Franco:         Pero eres rico, al menos eso puedes agradecerme y seis años se pasan en un abrir y cerrar de ojos.

Alfredo:       ¿Será?     (Para sí) ¡Mira quien lo dice!   Salen. Baja la luz
Se ilumina de nuevo la cocina, Sara saca algo  del horno.
Sara:                          Ya podemos comer. Franco, ya está la cena. (Entra Franco) Ya está lista, creo que quedó como yo quería.
Franco:         Mmmm. Yomi, yomi. Por fin degustaré alguno de tu finos platillos. ¿Qué hiciste?
Sara:              Capelletti a la Caruso.
Franco:         ¿Y de postre?
Sara:              Ambrosía.
Franco:         (Intrigado) ¿Qué? ¿Qué cosa?
Sara:              Está en el refri, te va a encantar. Por cierto ¿leíste mi último correo?
Franco:         Sí, justo antes de empacar la computadora.
Sara:              No entiendo tu necedad de irte mañana.
Franco:         Ya te expliqué, tesoro, (suplicante) no veo qué hay que entender.
Sara:              ¿Por qué no me lo habías dicho?
Franco:         Ya te lo dije, me olvidé por completo.
Sara:              Entonces… ¿a dónde te vas?
Franco:         Eso ya también lo dije y qué más da, (nervioso) el lugar es lo de menos.
Sara:              ¿No te parece muy arriesgado?
Franco:         No quiero escenas, ni tonterías, me voy, me voy solo, por lo que veo, no sé por cuanto tiempo, mínimo cinco o seis años.
Sara:              ¿Cómo que no sabes? Tienes que haberlo planeado, un viaje así…


Franco:         Tengo que ir al encuentro de las cosas. ¿Tú crees que esto es fácil para mí? No voy a probar fortuna, voy a cumplir con un compromiso.
Sara:                         No te entiendo, lo único que tenías que hacer era conseguir un empleo. Bueno, digo… ni siquiera me pediste mi opinión. ¿Quieres que deje todo esto, lo que tanto tiempo me ha tomado construir?
Franco:         Tú sigue en tu trabajo, tendrás una boca menos que alimentar, y después... (Franco se levanta, enciende un cigarro, camina de un lado a otro) ya veremos.
Sara:              Hay algo extraño, un viaje, tan lejos, así de la noche a la mañana.
Franco:         No te estoy pidiendo permiso.
Sara:              ¿Ya lo saben tus padres?
Franco:         No.
Sara:              Bueno, y ¿qué pasará con nosotros?
Franco:         Hay dos caminos, te quedas aquí, como creo que has decidido, o te vas conmigo a esperar cómodamente el día en que me paguen, para entonces ya no tendrás que volver a preocuparte, habrá dinero de sobra. (La acaricia) Sólo hay que tener paciencia.
Sara:              Escúchame Franco, deberías quedarte ¿quieres seguir viviendo de ilusiones?
Franco:         Mi situación es…
Sara:                         Es realmente inestable. Mira, (falsa) todo lo que hagas tiene mi aprobación incondicional. Eso ya lo sabes.
Franco:         Pues no, no lo sabía.
Sara:              Pero de allí a que valga la pena…

Franco:         Y ¡cómo adivinar!
Sara:                         Son unos tres años los que llevamos juntos y me parece que has cambiado. Qué me espera si dejaremos de vernos por no sé cuánto tiempo.
Franco:         Te encontrarás entonces con un hombre unos años mayor.
Sara:              Para entonces seremos dos desconocidos.
Franco:         Ya, no hagas dramas, ¿no querías que encontrara trabajo?
Sara:              Sí, claro pero no con estas condiciones.
Franco:         La suerte está echada, enfrentemos lo que nos toca.
Sara:                         Franco, deja de comer esas porquerías, de qué sirve que me pase tanto tiempo en la cocina si mezclas la comida con esos asquerosos productos.
Franco:         (Se acerca amoroso) ¿Tengo alguna esperanza de que vayas a verme?
Sara:              No sé, no preguntes cosas que no puedo responder. (Lo acaricia) yo también  estoy preocupada.
Franco:         Nunca es tarde… Piénsalo, si no quieres ahora, alcánzame en un mes, en un año ¡qué sé yo!
Sara:              Estaba en la categoría de las mujeres sin hijos, ahora paso a las de las abandonadas.
Franco:         ¡Bájale! No es el caso.
Sara:              ¿Importa realmente?
Franco:         (Suena el timbre) Debe ser Alfredo.
Sara:              Te dije que no quiero verlo.
Franco:         Te dije que tienes que verlo, para que constates que no es cuento. Realmente existe.

Sara:              Tú cena con él, yo me voy a dormir.
Franco:         Al menos deja que te lo presente.
Sara:              No me interesa.
Sale. Se escucha  el murmullo de las voces de Franco y Alfredo  mientras baja la luz.
Se ilumina el despacho, hay una caja sobre el escritorio, entra Sara con una botella de vino y una charola de exquisitos bocadillos. Toma diversos objetos, los echa dentro de una caja, revisa papeles, abre cajones. Se escuchan pasos, alguien abre el cerrojo. Entra  Alfredo, lleva un cuadro, lo desempaca, pone un clavo en la pared y lo cuelga.  Mientras lo pone, Sara hace un espacio en el escritorio, acomoda dos copas y abre el vino. Habrá un juego de coqueteo y seducción de parte de los dos que irá subiendo de tono y de intensidad.
Alfredo:       (Contempla  el cuadro) Hasta hace algunos años, estos sitios eran considerados santuarios de la naturaleza, no era deseable que penetrara el hombre. Este hermoso lugar era prácticamente inaccesible. Pero ahora, gracias al desarrollo de las comunicaciones, es posible disfrutarlo. Cuando una obra queda terminada, se reciben los beneficios económicos derivados y se desarrolla...
Sara:                          Se desarrolla un aprovechamiento de los ingredientes comestibles que configuran lo que se llama “la cocina de las sobras.” (Alfredo se limpia las manos en la ropa, ella le ofrece una copa, muy sugestiva) El respeto por la comida constituye una ley inexorable que origina, sin duda, muchos platos, que no importa qué nombre se les ponga, son sabrosos y económicos.
Alfredo:       (Mirando el cuadro, brindan) Se desarrolla el uso potencial del suelo.
Sara:              Se convoca al grupo familiar.

Alfredo:       Hay que dotar  de un sistema que responda a la demanda.
Sara:              (Beben) Se caracteriza por el espíritu gregario.
Alfredo:       Corresponde a un tramo que permanecía desvinculado.
Sara:              (Coqueta, se acerca y lo acaricia) Se invita a comensales amigos.
Alfredo:       Se proyecta con las características para cumplir con el cambio climático.
Sara:              (Le da de comer en la boca) Este plato requiere un clima frío.
Alfredo:       La necesidad de cumplir estos requisitos ha constituido un desafío y…
Sara:                          Y debe justificar el aporte calórico. (Pausa) Seis interminables años, todo este largo tiempo he tenido que esperarte, ahora tienes que comer bien, recuperarte, la pesadilla ya terminó.
Alfredo:       Yo cumplí con mi parte, ya estoy de regreso y soy todo tuyo.
Sara:              Yo cumplí con la mía, encontré a tu interesado amigo.
Alfredo:       Yo diría ligeramente egoísta.
Sara:              Atrapé a tu ingrato, malagradecido amigo y lo convertí en menos que nada.
Alfredo:       Mi socio, Sarita, no te olvides, es mi socio.
Baja la luz muy lentamente, ellos siguen hablando, se acarician con movimientos sinuosos y actitudes lascivas, se escucha “Mañana de Carnaval” cantada por Tania Libertad.
                                               Oscuro


Mariluz Suárez Herrera (México, D.F., 1948)

Dramaturga, poeta y traductora, Mariluz ha impartido y coordinado diferentes talleres de Teatro y Poesía. También ha sido conferencista a nivel nacional e internacional, abordando distintos temas, entre los que destaca el papel de la mujer contemporánea en la sociedad actual. Se ha avocado a la traducción de dramaturgos extranjeros y de autores en lengua náhuatl. Actualmente, comparte su vida con el poeta Saúl Ibargoyen. Ha escrito una prolífica cantidad de obras de teatro, entre las que destacan:


A TRAVÉS DEL OJAL  (Registro SOGEM)
ACRACIA  (Registro SOGEM)
AGRURAS Y ACIDEZ (Registro SOGEM)
ANIMALES DE HERMOSA PIEL (Registro SOGEM)
AS DE OROS (Registro SOGEM)
AUSENCIA INMORTAL (Registro SOGEM)
CASTING METAFÍSICO (Registro SOGEM)
CORDERO Y MUSAKA (Registro SOGEM)
DONDE NI DIOS LAS PUEDE  (Registro SOGEM)
ENVENENADOS CON LA MUERTE (Registro SOGEM) publicado por Libros de Godot con el título ENVENENADOS CON LA VIDA
INVITACIÓN AL PARAÍSO (Registro SOGEM)
LA EDAD DE NUNCA JAMÁS (Registro SOGEM)
LA ÚLTIMA FONDA (Registro SOGEM)
LAS DIOSAS BLANCAS  (Registro SOGEM), Finalista III Concurso “Elena Garro” de Lectura Dramatizada, 2002. 
NECIA ESPERA (Registro SOGEM)
OCASO DE RAÍZ (Registro SOGEM)
PLATO DE SOPA Título original: TAZÓN DE CALDO Adaptación a texto dramático/autor no localizado.
PROHIBIDO SER FELIZ (Registro en trámite
PULSIÓN INEVITABLE (Registro SOGEM)
REFUGIO SOLIDARIO (Registro SOGEM)
SEIS TEXTOS BREVES (Registro SOGEM)
SIMULACROS (Registro SOGEM)
TRISTE TOPO DE TAPERA (Registro SOGEM)
También registrado como PREGUNTAS y RESPUESTAS
UN DÍA MÁS (Registro SOGEM)
ARCÁNGELES, LOS TRES (Registro en trámite)
LOS GATOS MIOPES (Registro en trámite)
RITUALES DE PASO TRUNCO (Registro en trámite)
LENTES PARA CIEGO (Registro en trámite)
ZAPATOS PARA CORRER (Registro en trámite)
GUANTES PARA SOÑAR (Registro en trámite)